Escrito POR RE ilustrado por @marie_ojeda_

Cuando era una niña y vivía en un lugar llamado Villa Domínico (la luz) , aunque no recuerdo hasta que año, tenía un sueño recurrente.
Soñaba que entraba en un cuartito muy precario (esos que tienen las casas para guardar materiales u objetos en desuso), el lugar era pequeño pero en mi imaginación era un espacio en el que no podía verse el final y me llevaba a un sitio en espiral, realmente era un lugar nuevo, sin limites y desconocido para el resto de los moradores.
Yo chiquita, con mi pelo castaño claro, ojos grandes (que creia negros) profundos y el pocito que se me hace aún hoy cuando sonrio en mi mejilla izquierda me alineaba con mis manitos gordas al costado del cuerpo y volaba desde mi cama hasta que llegaba a una puerta de madera que separaba el interior con el exterior, entraba, haciendo uso del pasador y, apenas escuchaba el chillido del óxido del cerrojo ya estaba dentro en ese espacio que lo sentía solo mio. Me pertenecía, sobre todo porque nadie ponía en él la atención. Me generaba una emoción, sentía que había encontrado un pasadizo a un lugar especial. Estaba en el espacio exterior de la casa más alejado, donde la intemperie y el paso del tiempo dejaban su huella.
Eso hacía que me gustara más, que fuera más especial, como una estructura diamante en bruto para transformar y re-significar.
Me veía entrando con un traje de pollera larga y capa, hermoso, potente y protector que me cubre como ser de la naturaleza y siempre mi bastón de mando, esa rama gruesa que encontré caminando por el potrero que estaba justo al lado y a la que le agregue con alambre de bronce una piedra que era transparente y blanca con destellos azules cuando le pegaba bien en sol. Doy la espalda a la puerta de entrada, cierro el cerrojo y volteo hacia una de sus cuatro paredes, que se dibujaba sola ante mis ojos, una puertita de dos hojas que cuando se abría entraba en el espiral que me llevaba al mundo paralelo.
El lugar más lejano, más precario, más húmedo abría en mi todo el potencial que me llevaba a un mundo distinto lleno de colores, seres bondadosos y mágicos que me guiaban a descubrir una dimensión nueva y el universo mismo, la conciencia superior empezaba a dar sus pinceladas cambiándolo todo a mi alrededor, conformando un nuevo estado de cosas.
Hoy esa niña aún vive en mí, estudia los astros y siempre está atenta a las señales de la naturaleza, esa niña me recuerda el poder de la sabiduría y su número vibracional guía es el 33, se descubrió con el tiempo, entrando por el espiral hacia dentro de sí.
Cada vez que esa puertita de dos hojas se abre ante mi se que la magia me deja entrar a crear el mundo que nos rodea. Hoy esa puertita es una casa en un árbol, todavía perdura para quien quiera entrar y conectarse.
